Su ubicación actual en la misma pared de un pequeño acantilado hace difícil imaginar que hubo un tiempo en que este pozo proveía de agua dulce a los vecinos y a los pescadores que transitaban por la zona.
No siempre tuvo esta singular localización; de hecho, no se hallaba tan al borde del mar sino unos metros más atrás. El terreno que le separaba de la primera línea costera se desprendió en algún momento, recortando así el litoral y llevando al pozo al borde del acantilado. En su origen, también contó con una pila para abrevar a los animales e incluso tuvo otra boca en el bosque próximo.
La primera constancia de su existencia se remonta al año 1642, cuando aparece mencionado en un documento bajo el nombre de Pou d’en Lleó, es decir, el pozo de Lleó, el apodo con el que entonces se llamaba a aquellos que se apellidaban Torres. Como otros pozos de la isla, era punto de encuentro durante las fiestas estivales, a donde acudían los vecinos cada 8 de agosto a bailar para celebrar el día de Sant Ciriac.
Curiosidades
Según una leyenda ibicenca, hace largo tiempo unos campesinos encontraron junto al pozo una botella cerrada de la que escapó un fameliar al sacar el tapón. Aquel duende, como el resto de los fameliars, devoraba todo los víveres que tuviera a su alcance mientras no estuviera trabajando. Los campesinos intentaron sin éxito quitárselo de encima mandándole lavar lana negra hasta convertirla en blanca, contar las estrellas del firmamento, contar los pelos de un gato… Todo fue inútil hasta que se les ocurrió regresar al pozo y ordenar al fameliar que llenase el pozo de agua salada y cuando éste estuviera lleno, que transformara el agua en dulce y la llevase de nuevo al mar y así sucesivamente… Y por fin se libraron de su voracidad.